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Los sirios de la intemperie, asistidos y devueltos a una tierra de nadie

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Ante la imposibilidad de acceso al campo de desplazados sirios de Rukban, en la linde entre Siria y Jordania, los médicos diagnostican a los pacientes a la intemperie en la frontera, supervisados por el Ejército jordano, que permite o no la entrada para tratarlos y devolverlos de inmediato al campamento.

Con doce días, el bebé de Jadiya al Jaled ha pasado tres veces por el centro médico que establecieron el 15 de diciembre las agencias de la ONU, colindante al campo de desplazados sirios de Rukban, en la zona conocida como Berma, frontera sirio-jordana, donde se estima que viven 70.000 personas.

“Vine por primera vez a parir y ahora he vuelto porque mi hijo tiene algo; parece un catarro”, declara Jadiya, de 18 años, de Palmira, que denuncia a Efe la precaria situación del campo, tras el frío invierno y sin asistencia sanitaria regular desde hace dos años.

Es una de las pacientes que esta semana esperaba a ser atendida en el área de servicios que las agencias de la ONU consiguieron estabilizar recientemente junto a este campo informal, donde han atendido a más de mil personas desde entonces, declara la portavoz de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Helene Daubelcour.

“Antes los tratábamos en caravanas móviles”, explica a Efe la doctora Aya Abadi, que trabaja para la Asociación de Militares Retirados de Jordania, uno de los pocos organismos locales que se coordina con los internacionales para prestar asistencia en esta zona controlada por soldados jordanos.

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Mujeres y niños

La mayoría de los pacientes son mujeres y niños, asegura la doctora Abadi, aunque tratan también a heridos de la guerra, además de los afectados por los ataques terroristas del Estado Islámico (EI), que ha atentado dentro del campo.

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El último ataque fue en enero y causó once muertos, dos de ellos menores de edad, y siete heridos que fueron trasladados a hospitales de Jordania tras recibir una primera asistencia en el centro donde trabaja Abadi.

Después de ser atendidos son inmediatamente devueltos al campo, en una “tierra de nadie” entre los dos países, porque no tienen posibilidad de iniciar la admisión como solicitantes de asilo en Jordania, aunque pisen su territorio para la asistencia.

El campo informal de Rukban no ha dejado de crecer desde hace dos años y los sirios que viven allí tienen escaso acceso a ayuda humanitaria, que las organizaciones internacionales reparten de forma intermitente por motivos logísticos y de seguridad.

Un sirio se encarga de la coordinación entre el Ejército jordano, que vigila todo movimiento en esta área considerada “zona militar cerrada”, y los desplazados que se acercan hasta el punto de encuentro para recibir tratamiento médico.

Delimitado por grandes bloques de piedra y alambres de pinchos, decenas de personas esperan en un enclave desértico a ser interpelados por las autoridades jordanas y, en caso de que acepten su admisión, ser traslados al área de servicios a cinco kilómetros en las ambulancias del Ejército jordano.

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